¿Otra perspectiva cristiana sobre antisemitismo?
Moses Mendelssohn (1729-1786)
Discriminar a un pueblo y por ende al semejante es algo que la sana conciencia humana siempre reprobará. La intolerancia de unos sobre otros pudiera tener fin si "hombres de buena voluntad" discernieran el origen en las viejas disputas de odio arraigadas en un afán de dominación geopolítica y de control cultural. El primer registro de odio apologizado se distancia de Jesucristo aproximadamente 200 años después de su Ministerio. Se habla de antisemitismo cristiano, de las "víctimas de la fe cristiana", de enemistades nacidas en el crimen del Hijo del Hombre anunciado por los profetas mesiánicos, aquel Mesías que sería "cortado". Y la historia no esconde estos hechos, ponderados maliciosamente por algunos sembradores de cizaña.
El escenario y los protagonistas: exegetas del Libro Sagrado. El debilitamiento del imperio romano.
Año 367- 376. San Hilario de Pointiers escribe y declara contra los judios. San Efraín, San Crisóstomo y San Ambrosio de Milán trabajan para incluir a los judíos en el exterminio de los herejes. San Gregorio de Niza se une también a esta lista de odios. El Concilio de Laodicea prohíbe a los cristianos respetar el Sabat.
Aunque hubo periodos de calma en los que se toleró al pueblo judío, hubo también intolerancia irracional durante las Cruzadas en la Edad Media hacia 1.096. Y los de Spira, Worms, Maguncia y Colonia, en Alemania, fueron masacrados a comienzos de la Cruzada. Felipe el Hermoso los expulsó de Francia en julio de 1.336, sin olvidar confiscar sus bienes. En 1492 se les erradicó de España y junto a ellos a la comunidad árabe. Las respuestas oscilarán entre una justificación reivindicatoria como "nación" y otra como "individuos". Acción y reacción. Y este ha sido el debate más comentado durante el siglo XX, a propósito del Nacionalsocialismo.
Tomás de Aquino en 1270 escribía: "Como consecuencia de su pecado, los judíos están destinados a servidumbre perpetua. Los soberanos de los Estados pueden tratar las posesiones de los judíos como si fueran propias, con la única provisión de no privarlos de lo necesario para mantenerse vivos". Esta recomendación fue gradualmente aceptada por los gobiernos seculares. Bajo influencia de la visión de la Iglesia y sus disposiciones, los judíos fueron sometidos a restricciones, impuestos especiales, y la obligación de usar distintivos en las ropas, entre otras limitaciones.
Richard Wagner, en El Judaísmo en la Música intenta influir en la sociedad europea musical para marginar a los compositores de origen hebreo.
En el entendido que permitamos prejuicio in extenso por la raza, por toda las comunidades de judíos de hoy y de siempre -desde los albores de su historia- caeríamos en el error del prejuicio wagneriano, el mismo que expone razones culturales, políticas y económicas para rechazarlos dentro de un criterio singular de estética musical: "Fue la conciencia del judaísmo, como el judaísmo es la mala conciencia de nuestra civilización moderna" (Ibid). Así, los llamados "seguidores de Cristo" se alejan del “amor al prójimo como a ti mismo” y "en esto sabrán que son mis discípulos, si tienen amor entre sí" (Juan 13: 34,35).
Pero no podríamos generalizar una discriminación por el antisemitismo, ni meter a todo individuo por sus antecedentes biológicos dentro de una "judería". Moises Mendelsohn (El "Sócrates Judío") aportó mucho para el moderno criterio de Estado y reivindicación de la razón humana. Y la ciencia moderna les debe a muchos de origen semita durante los siglos XIV- XX importantes descubrimientos.
Separemos al "Hommo Homini" heideggeriano del factor "raza" para aproximarnos a la raíz del asunto y pensemos también que la intolerancia no se ha limitado -además- a los judíos: esta reacción se presenta como desfogue psíquico de una inexplicable animadversión contra alguien diferente, que no "comulga" con uno que se convence superior por sus ideas.
¿Quién entonces es el Hombre? Propongamos al mismo -trascendiendo su raza, sus viejas disputas y ambiciones- como Esencia, Ser, Existencia.
En la mente de Tomás de Aquino, del aparente agitador antisemita, descubrimos en la esencia de su "Teología" la idea del Theos como "inteligencia y razón infinitas", y, en cuanto imagen y semejanza de Dios, el hombre es "inteligencia y razón finitas". Apartándose de esa opinión, e iniciando la antropología, la ciencia y la ética modernas, Escoto y Ockham afirmarán que lo primario y fundamental en Dios es la infinita e incondicional libertad inherente a su potencia absoluta. En consecuencia es su libertad finita y condicionada lo que más propiamente hace al hombre ser imagen de Dios. Así se invierte la concepción clásica aristotélica: ahora lo activo es la voluntad y lo pasivo el entendimiento (la voluntad es espontánea, se desencadena de suyo, no está a la espera de la noticia intelectual). Como testimonia la experiencia del amor cristiano (que no es el eros griego), la primacía corresponde a la voluntad, lo que abre la puerta a graves sospechas acerca del alcance de nuestro conocimiento: una inteligencia pasiva no puede conocer el ser del todo (en estas condiciones el infinito no es pensable, reservándose así a la teología). Consecuentemente el conocimiento no puede ser el fin de nuestra vida, ya que es un proceso meramente natural en el que la cosa se impone al sujeto. Sólo con la voluntad, que permanece siempre libre frente a las cosas, se eleva el hombre frente a la naturaleza. Contra la antigua concepción intelectualista, ya no radica la bienaventuranza en la vida teorética, en la contemplación de Dios y de las ideas divinas; la fe conduce al hombre más alto que el conocimiento: el conocimiento no trae la verdadera unión con Dios, ésta -concluye el Doctor Angelicus- reside ante todo en la voluntad y en el amor (véase 1 Corintios 13 y El Banquete o El Ágape en los Diálogos de Platón). Y –digámoslo contra su voluntad- esto incluía a la dispersada nación judía.
Luego, el hombre, el Ser, es el mismo: los patrones son los mismos en tanto Creación. Raíces comunes, patrones comunes. Suficiente basamento para el despliegue de la pía Fraternidad, del estoicismo apologado por Séneca.
Quienes no viven la experiencia de conocer a una comunidad diferente a la nuestra, es decir a la convencional -para una mayoría- a la novedad cultural, difícilmente entenderán la gratificante experiencia de la expresión humana en criterios diferentes a los nuestros pero de fácil adaptabilidad cuando la voluntad resulta ser virtuosa. Ante los juicios de valor o escalas de valores solo hay dos caminos: tolerancia o intolerancia. Todo ser humano, por tanto, -dentro de su concepto de hombre en sociedad- define su existencia y la de los demás en una perspectiva relativa. Ergo, los criterios variopintos sobre hombre, raza y cultura no deberían ser absolutos ni influyentes, en tanto Hombre, como Esencia y Fin.
Cualquiera que mira la historia con el espato de la intolerancia puede suscribir una postura, una actitud de rechazo ante la llamada "constante histórica" que algunos han querido marcar como con hierro "al rojo vivo" sobre sus enemigos. Esto lo comprobamos al analizar "Mein Kampf" y el ensayo de Nietzsche "Also Sprach Zarathustra": los modernos embriones de una cadena de odio que exhumarían algunos utopistas desafortunados del siglo XX sobre el asunto de la economía y dominio geopolítico en la Europa monárquica de los Zares, Reyes y Kaiseres (incluyendo a los posteriores desafortunados de la Escuela de Frankfurt que hicieron suyo el ripio llamado "Protocolo de los Sabios de Sión").
La sociedad de hoy, el mundo entero -golpeado por odios e infecundas guerras geopolíticas- ganaría mucho si lograra trascender (a nivel de estadistas y con verdaderos líderes del bien) todos estos viejos malestares. La consecuencia sería el desarrollo, el respeto, la tolerancia, el arte trascendental orientado a la superación del hombre, que son virtudes inherentes en nosotros -después de todo- y predicada por teólogos y exégetas de la gran comunidad judeocristiana en la esencia fundamental de su filosofía.
La adopción de un punto de vista neutral, humanista, nos enseña ver al prójimo como un "próximo", de quien aprendemos y compartimos los tesoros de nuestros propios entusiasmos, a veces desbordantes. Entonces la historia se enseña en las escuelas sin cizaña, como revisión de virtudes y errores que los hombres debemos tomar en cuenta hacia nuestro camino por hacer de este planeta un lugar digno para la vida.
Siempre existió un principio humanista en ambos grupos y sobretodo en la tolerante actitud del cristiano y del judio conservador, a propósito de antisemitismo. Admitimos, pues, la posibilidad de reivindicar podridas enemistades durante añejos siglos de infecunda enemistad y subrayamos que en la esencia de las tradiciones culturales de ambos grupos sobrevive la ley del amor: en la hospitalidad extendida al forasatero, manifestada por el lavado de pies y la identidad cristiana de "amar a tu prójimo como a ti mismo".
Hacemos así a un lado los gérmenes de odios ajenos y la posibilidad de "Henchid la tierra y sojuzgarla" en una atmósfera de verdadera fraternidad.
Lima, 05 de febrero, 2006.
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